Brasília, 9/7/03 (Agência Brasil - ABr) - María de Fátima Cardoso Jesus, edad desconocida, salío temprano de casa, a eso de la cinco de la mañana, para ganar, dependiendo de la producción en la plantación de café, un máximo de R$ 6. Su esposo, Sebastião Chagas de Jesús, que calcula tener 60 años, tomo el mismo rumbo, la hacienda São João da Mata, municipio de Malacacheta, a 432 kms. de Belo Horizonte, en el valle de Mucurí, divisa con otro valle más famoso, el Jequitinhonha. Aunque la vieja tradición machista le asegure dos o tres reales a más, ese día le tocó la misma cuantía que a su esposa. Ganó sólamente para la sal, dice.
Los chicos, João, Adelia, Leonardo y Darío, se quedaron durmiendo solos, allí a la orilla de la carretera que va a la sede del municipio. Se despertaron sin nada de fuego. Son diez hijos en total. Los seis mayores ya se las arreglan solos, entre labranzas y el servicio doméstico en casas de familias acomodadas de haciendas o pueblos vecinos. Una de las chicas vive en una casa con televisor, nevera, gente de lujo, dice la madre.
La familia Chagas de Jesús brevemente tendrá registros de nacimiento. Casi todos con edades determinadas por la fiscalía pública del municipio, que les advirtió sobre la clandestinidad en que viven.
João, el menor, debe de tener dos años. El mayor, Leonardo, no debe de pasar de los seis.
Como se despertó sin comida, el fogón era sólo un montoncito de ceniza, el benjamín resolvió escarbar, como un animalito, en los alrededores de la casa. Intentaba sacarle alguna sustancia a un bagazo viejo de caña de azúcar. Por la apariencia, el bagazo ya se lo habían chupado los cerdos. Él escarbaba desnudo, muy sucio, entre el muladar. ¡Un animalito, Dios mío!, exclamó espantada Flavia Hilario Cassiano, de 28 años, asistente social de Malacacheta, que ya conocía a la familia.
La expresión de la chica, paulista de São José dos Campos, ciudad ubicada en un valle más próspero, repetía involuntariamente un viejo poema de Manuel Bandeira. El poeta se espantó con el primer hombre que vio lamer sobras de alimentos en cestas de basura urbana, cosa de más de 50 años atrás.
Avergonzada, Flavia recogió algunas ramas secas con la ayuda de João, Adelia, Leonardo y Darío, cortó una calabaza y la puso al fuego. Le añadió al agua un puñado de arroz. Preparó un plato de las sobras de las sobras.
Los chicos volaron sobre la olla y se embadurnaron todos. Eran casi las doce de la mañana. No comían hacía 23 horas.
¡Ay hija mía, que Dios te guarde e ilumine el resto de tu vida, amén!. Era la madre de los chicos, María de Fátima, agradeciendo la acción de la asistente social. Hijo de pobre es así mismo, come aquí, come allí, afirma entre los cafetos.
La familia Chagas de Jesús, inferior a todo lo que se pueda clasificar como línea de la miseria, nunca logró hacer parte de ningún programa social del gobierno. Por falta de documentos, por creer que realmente no tiene derecho a nada. Eso está totalmente fuera de nuestras condiciones, asevera la madre.
Ladainha
Una vez, el padre, Sebastião, cuyo origen es el municipio de Ladainha, allí mismo en el valle de la miseria se sentó para oir radio, a principios del año, y cuenta que oyó hablar, sin entender muy bien de un tal Hambre Cero. Dentro de su estilo circunspecto, puso cara de quien no apuesta en ninguna inclusión. ¿Es cosa del gobierno, no?. Si llega es bueno. Y vuelve a la labranza.
Malacacheta es uno de los 38 municipios de los valles de Mucuri y de Jequitinhonha elegidos para el inicio de las actividades del programa comandado por la política de seguridad alimentaria del gobierno Luiz Inacio Lula da Silva. El Hambre Cero empezó en junio, en el semiárido de Minas Gerais. El convenio entre el gobierno federal, provincial y municipal se firmó en Belo Horizonte. Los comités gestores del programa, que cuentan con representantes del poder municipal, sindicalistas, Iglesia Católica, y sociedad civil, están listos para la operación. (JV)