Brasília, 10/08/2003 (Agencia Brasil - ABr) - Todo no es tan triste así. El pueblo se ríe, toma unas copas y cree en los dioses. Llovió algo este año, a los pocos se ve algún pez, un niño desnudo que se baña a la orilla de algo de agua, la vida casi siempre despacio y varias caras de pocos años y mucha espera.
"¿Cuántos años tiene usted?", pregunta el reportero, bajo los vicios burócratas de la función. "¿Cuántos le parece que tengo?", le pregunta doña María Cícera de Souza. "Unos treinta". Abandonada por el esposo, María Cícera sobrevive en Irauzuba, a 146 kilómetros de Fortaleza, una de las áreas más atacadas por la desertificación en el Nordeste.
El desierto en el semiárido, dicen los ecologistas, es peor que la arena que nos acostumbramos a ver en las películas de la Tele y del Cine. Allá, en el Oriente las arenas representan vida, aquí significa tierra muerta, prácticamente irrecuperable. En el semiárido brasileño, una parte ya está desierta o camina para esa infertilidad.
María Cícera también cree que no tendrá más hijos. "Tierra maltratada, creo que no sale más nada de aquí. Mi esposo fue una porquería, el tiempo me estorbó la memoria, no sirvo para más nada", dijo mientras bañaba a Francisco Lucas, con 3 años de edad, y a María Verónica, 2 años. "A mí no me gusta mostrar esos niños sucios para nadie", y los arregla para las fotos.
Por más pobres que sean, a las madres no les gusta mostrar sus hijos sucios y sin ropa, como los miserables acostumbran ser mostrados en la prensa y en el cine brasileño.
La familia de Irauzuba, municipio con 19.563 habitantes (datos del censo 2000 del IBGE) y casi toda su área tomada por la desertificación, pasa hambre, casi todos los días. Sólo no vive peor, porque los vecinos reparten lo poco que tienen.
María Cícera no es beneficiada por ningún programa del gobierno. La partida de nacimiento de los niños, si es que la tienen, no se sabe donde está, nadie las vio. "¡Y a usted le parece que voy a acordarme de algo después de tanta desgracia!".
En el desierto de Irauzuba, varios romeros van hasta allí. El rumbo es San Francisco das Chagas, santo de Canindé. Algunos van en ómnibus, camiones y otros a pie. El Municipio de Caridad, a 94 kilómetros de Fortaleza, dijo todo en su bautismo. Los nombres tienen una razón. Los apodos de los niños tratan del mismo tema antiguo: "Muerto de hambre", "barriga vacía", etc. Las historias, cuentan que ya se cambiaron niños por comida o un poco de dinero. "Ya he oído tantas historias", comenta María Elisangela Gomes da Silva, de 18 años, madre de Elaneida, 2 años de edad. "Pero también yo hablo de la ayuda del programa Hambre Cero que nos ha hecho llorar menos", agregó. (AKR)